UNA HISTORIA MÁS
Nunca se había preocupado o al menos eso creía, por indagar que significaba “ser judío”, que relación había entre ser y “sentirse judío”. Es posible que el entrar en la vejez, la mirada se volviera hacia aquellos festejos en la casa de los abuelos en los que reinaba la matzá, el dulce vino morado elaborado por Dora, como lo eran el jefilte fish, el borsch, festejos que emergieron cuando viaja a Israel a reencontrarse con esos tíos tan amados e hijos cuyas familias desconocía.
Ir a la tierra prometida fuera de toda significación religiosa, le permitió conocer un mundo en el que conviven diferentes culturas, diferentes lenguas y donde la guerra parecía solo un invento de los titulares.
Ya de retorno, comenzó con una actividad coral en una institución judaica progresista sin saber por que. Y allí se impregno de canciones en idish, el lenguaje de sus abuelos.
Hoy tiene en sus manos un libro de la biblioteca que reflexiona acerca del destino de esa lengua que pareciera correr el riesgo de extinguirse.
Entonces recordó lo que hacían los mocovíes de la zona, que para no sentirse discriminados habían silenciado su lengua, quedando recluida en el cofre de los ancianos, de los hombres sabios. Y ellos fueron los que impulsaron a través de una escuela bilingüe, el renacimiento de ese modo particular de expresar su concepción del mundo.
Desde ese momento tomo su pluma y decidió redescubrirse, hacer conocer y reconocer el idioma de un pueblo heroico, de un pueblo que crea, de un pueblo heroico, de un pueblo que cree, de un pueblo que pese a ser vapuleado desde los tiempos mas remotos, sigue en pie.
Las lapiceras, una a una caían exhaustas como las hojas de otoño y fueron alumbrando no solo a los judíos sino a la humanidad. Era una música que se propagaba superando la velocidad de la luz.
Creo que fue la mejor estrategia para que el amor primara entre los hombres al descubrir el significado de la hermandad.