LAS ALEGRES COMADRES DE WARNES
La casona de la calle Warnes no era el palacio de Windsor pero era amplia y confortable. Ubicada en el barrio de Villa Crespo, no estaba muy lejos de un templo y la escuela. Una habitación era utilizada como escritorio por las mujeres de la casa ya que todas ellas se dedicaban a la escritura.
De ello podía dar fe doña Olivetti, la máquina de escribir, que era la que comenzó con la tradición. Si bien está un poco olvidada en un rincón, recuerda los gloriosos días en los que Paulina, la abuela, la usaba para escribir los melosos romances que publicaba en la revista “Vosotras”. ¡Cuántas mujeres se habían deleitado y sufrido, semana a semana, leyendo esas páginas! La pasión de Paulina se traducía en un furioso golpetear de las teclas que apuraban el paso de los renglones. Doña Olivetti resistía firmemente la fuerza de los amores contrariados y alentaba los finales felices.
Pero todo se acaba alguna vez. Un día Perla, la hija, la cubrió con una funda y la arrinconó para dar paso a un artefacto ostentoso llamado Computadora. Tenía varios componentes para hacer lo mismo que doña Olivetti hacía por sí sola. Necesitaba un gabinete, un monitor, un teclado, una impresora, además de otros artificios. Perla se dedicaba a escribir novelas que enviaba a una editorial prestigiosa que las transformaba en libros de gran circulación. ¡Qué orgullosa se sentía doña “Compu”! Su teclado era suave y silencioso. Los renglones subían y bajaban por sí solos en la pantalla. La impresora escupía hoja tras hoja a gran velocidad y sin necesidad de usar molestos carbónicos. Era capaz de hacer muchas cosas siempre y cuando tuviera un buen suministro eléctrico.
Con el afán de mantenerse siempre joven, doña “Compu.” se había hecho varias cirugías: cambió el gabinete metálico por uno de plástico y la impresora por una más chica que era multifunción. ¡Puro plástico!. Nada que ver con la sólida estructura metálica de doña Olivetti ni con sus rotundas curvas.
Sin embargo, todo fue en vano. Una mañana, al despertar de su tan bien ganado descanso, doña Olivetti sintió que alguien estaba a su lado. Era doña “Compu”, triste y alicaída, cubierta con una funda transparente. ¡La habían dado de baja! En su lugar se hallaba una máquina delgaducha que se presentó como la señorita Notebook. Las comadres vieron que no tenía curvas, era lisa como una tabla y no presentaba agregados aparatosos. ¡No tenía nada de nada! Ni siquiera se conectaba con enchufe alguno. La había traído Patricia, la nieta, para realizar su trabajo de periodista.
A pesar de sus notorias falencias, la flaca prepotente había recibido un estuche de cuero y era guardada en una cartera especial que Patricia llevaba a todos lados. Cuando volvía a casa, Notebook se ufanaba ante las comadres de haber estado en los sitios más inverosímiles. Ella podía trabajar en un bar, en una plaza, en el Congreso o en una escuela. Su capacidad no tenía límites.
Sin embargo, una mañana un quejido angustioso de Notebook despertó a las comadres. A través de sus velos, ellas vieron a Pamela, el retoño más joven de la familia, que portaba en su mano un objeto pequeño que mostraba letras, números, dibujos, videos y un sinfín de maravillas. El objeto se presentó diciendo que se llamaba “Tablet”.
La señorita Notebook sollozaba. Veía un futuro sombrío y un rápido final nada feliz. Preguntó a las comadres si le harían un lugar a su lado cuando llegara su último día.. Ellas contestaron que la recibirían con gusto ya que la familia solía guardar como reliquias a las máquinas que les habían permitido desarrollar su vocación. También le dijeron que no se preocupara tanto, que todavía tenía mucho camino por delante, que había cuerda para rato. Pensándolo bien, había batería para rato.
AUTORA: RAQUEL ROSENBERG
EDAD; 75 años
CENTRO: JOFESH
Muuuuuuuuuuuy bueno, FELICITACIONES!!
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muy bien relatado el paso del tiempo felicitaciones juana resnitzky
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